Sorprendente final de concierto

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4 Sep 2025

Por Julia M.ª Dopico Vale y Piñeiro.

“Cuando emprendas tu viaje a Ítaca pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias…”

Deliciosa se presentaba la tarde del 20 del “estimado y venerable” agosto, en la que se celebraba uno de los últimos conciertos del “Festival de Música Bal y Gay” en A Mariña lucense, “a orillas del mar”, conduciendo a los peregrinos musicales a escuchar magníficos compases de los grandes de la historia de la música y a descubrir o regresar a lugares misteriosos, casi mágicos, por los que transita la ruta que va de Viveiro a Ribadeo, con sus parajes de singular belleza y antigüedad remota.

Actuaba el “Cuarteto Casals”, reconocido actualmente como “cuarteto de cuerda de interés nacional”, en el Auditorio de Burela, la hermosa villa costera bañada por el Cantábrico, con importante puerto pesquero y gran flota de barcos, hacia donde parto desde otro lugar en el que se encuentra “el mar más hermoso del mundo” ‒aunque sé que es mucho decir, pero así lo llaman‒.

Llego al concurrido evento, lo que noto enseguida, pues ya había cola para entrar en el Auditorio y el aparcamiento resultaba complicado. Y esto del aparcamiento, ya se sabe… vueltas y más vueltas, dándome cuenta, en este “orden giratorio”, de que las calles de Burela ‒que son poesía en sí mismas‒ llevan el nombre de ilustres personajes de la gloria cultural gallega: Cunqueiro, Castelao, Rosalía, Emilia Pardo Bazán, Murguía, Pascual Veiga, Valle-Inclán… Todos esos nombres me recordaban las palabras del querido Maestro Antón García Abril, que solía decir: “Galicia es tierra de poetas”, y a mi memoria acudía la melodía de “Coita”, con aquellos versos que dicen: “Mariñeiros, mariñeiros, levádeme con vós ao mar…”.

Todo un embrujo que en nada ayudaba a encontrar aparcamiento, que apareció de pronto, como oasis en el desierto, en un amplio aparcamiento en un lugar “cuyo nombre no quiero acordarme”.

Cuando la limosna es tanta, hasta el Santo desconfía; por eso, previsora, pregunto si allí el estacionamiento era libre, lo que confirman. ¡Pues ya está! Tema resuelto. Y voy al concierto, que fue realmente excelente, disfrutando yo especialmente con la interpretación del Cuarteto n.º 13 de Beethoven, con el que finalizó la laureada actuación del Cuarteto Casals.

La noche invitaba a detenerse y más en la amplia terraza de la Plaza da Mariña, donde se encuentra el restaurante “BoasMigas”, y allí me quedé hasta que, entrada la noche, decidí regresar.

Pero al llegar al aparcamiento… cerrado a cal y canto, con una verja infranqueable que impedía cualquier acceso. Y vuelvo a dar vueltas para ver qué hacer, dado que las horas implacables iban pasando.

Decido quedarme en Burela buscando, por tanto, alojamiento: hoteles, hostales, pensiones, taxis… Nada. Parecía que todo el mundo había decidido ir a Burela aquel día. Todo esto mientras la noche, la bruma y el frío iban cayendo.

Pero yo, aunque gallega pero algo baturra, vuelvo de nuevo al aparcamiento “cuyo nombre no quiero acordarme” y ya con más nervio empiezo a manipular la cerradura, a ver si aquello se abría.

En esto pasa justo una patrulla de tráfico. Y antes de que ellos me parasen, los paro yo a ellos, que bajan y amablemente se interesan por el suceso. Seriedad absoluta ‒como corresponde a la profesión‒ aunque, sobre todo uno, ya terminaba sonriendo. Se llamó al cuartel de la Guardia Civil y allí un agente, que después supe que era de Ferrol, dijo que investigaría a ver si desde allí encontraba alojamiento.

Mientras tanto les pregunto a los de tráfico si no había una alarma y que la hiciésemos sonar, pero ellos respondieron que no, que entonces vendrían los bomberos y sería peor, porque fuego no había. Entonces dije: “Señores agentes, ¿no hay forma de dormir un poco en este pueblo? Tendrán ustedes calabozos”. Ellos admitieron que sí, que los había, y yo repliqué: “Pues miren, llévenme detenida y duermo un poco en uno de ellos”. Contestaron con rotundidad que eso era imposible. Les pregunté por qué, y explicaron que no estaba detenida ni había razones para ello. Insistí: “¿Y si firmo mi detención voluntaria?”. Su respuesta fue clara: “Peor todavía. Vamos a llamar al cuartel”. Y todos estuvimos de acuerdo: “Bien, llamemos”.

El agente dijo que fuésemos hasta allí y allí fuimos los tres en el coche patrulla, hablando de música, del concierto… Al llegar, el agente ferrolano nos recibe y confirma que no hay alojamientos libres en Burela ni alrededores, comentando que lo único que podía ofrecerme era que durmiese allí unas horas en un sofá de color ocre, que ya me traía una manta y que mejor atendida y cuidada no iba a estar. Lo acepté y lo corroboré.

Escuchaba yo estas palabras mientras contemplaba en una repisa una imagen de “la Pilarica”, patrona de la Hispanidad, de Aragón, Zaragoza y también de la Guardia Civil.

Dormí plácidamente unas horas, estando de servicio al despertar Lucía. Juntas contemplamos, tomando un café de máquina, el amanecer de Burela, desde las magníficas vistas que se aprecian desde el Cuartel: el mar y las casitas de los marineros, todas juntas alrededor de la costa y que, con sus luces encendidas ‒antes de que amaneciera‒ parecían la viva estampa del Portal de Belén.

Por cierto, y antes de terminar: por allí, por Burela, había un cartel de Amancio Prada anunciando su próximo concierto, con sus “Bodas de Oro” con Rosalía de Castro. Lo que promete ser otro excepcional evento.

Vaya, pues, desde estas letras todo mi agradecimiento por su buen hacer y atención al Cabo Primero Fronteriz y al Guardia Civil Carballeira, ambos pertenecientes al Equipo de Investigación de Siniestros Viarios de Burela, a la Guardia Civil de Burela, al agente ferrolano, a Lucía, al personal de BoasMigas y sirvan estas palabras para el recuerdo de esta singular noche de concierto en la que ellos, al servicio de la Patria y también de la ciudadanía, me brindaron su tiempo y eficaz ayuda. Saludos a todos. ¡Nos veremos!

“Ítaca te brindó tan hermoso viaje”.

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