En un lugar de Francia...

AMariñaXa
Un rincón de reflexiones sobre el infinito universo de la cultura
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7 Apr 2025

Por Rebeca Maseda

¿¿Has oído hablar de la Costa Azul?? Si no lo has hecho, ¡es hora de salir de la cueva! Este pedacito de paraíso donde el sol brilla con tanta intensidad que hasta el mar parece estar tomándolo, es una joya de la Riviera Francesa. Y no es solo un destino turístico cualquiera, es donde sucede la magia: desde pintores famosos hasta aristócratas con pajarita blanca y yates que parecen sacados de una película de James Bond.

La historia de la Costa Azul, o “Côte d’Azur” como le gusta llamarse en francés, comienza en el siglo XVIII, cuando la aristocracia británica decidió abandonar sus frías islas para pasar el invierno en un lugar más soleado. Sí, los ingleses siempre marcando tendencia. Años más tarde, el escritor Stephen Liégeard, un adelantado a su tiempo, decidió ponerle un nombre más glamuroso a la región, y voilà: así nace la Costa Azul en 1887. Pero la fama de esta zona no viene solo de su clima perfecto, no, no. A lo largo de los siglos XIX y XX, artistas como Chagall, Picasso o Matisse se enamoraron de su luz y sus paisajes y la convirtieron en su musa. Chagall llenó de color las paredes de Saint Paul-de-Vence, Picasso pintó la vida marina de Antibes, y Renoir se instaló en Cagnes-sur-Mer, donde hoy su casa es un museo. En fin, que si los artistas la eligieron, será por algo.

La Costa Azul ha sido durante mucho tiempo refugio de celebridades. Cannes, Niza, Antibes… son nombres que suenan como destinos de élite de la jet-set. Pero si hubiera que elegir el lugar más emblemático, sin duda Saint-Tropez se llevaría el premio. La década de 1950 fue testigo de cómo Brigitte Bardot, en todo su esplendor, cambió las reglas del juego con las escenas playeras de Y Dios creó a la mujer (nombre muy apropiado, por cierto). La mítica actriz convirtió Saint-Tropez en el destino por excelencia para todos los que querían dejarse ver en la playa con un glamour inigualable. Si alguna vez te dejas caer por esta esquina del mundo, asegúrate de pasar por el Vieux Port, un lugar con más historia que muchos museos.

Durante la Segunda Guerra Mundial fue destruido y luego reconstruido, pero hoy es el hogar de yates lujosos que conviven con barcos de pesca artesanal. ¿Quién dijo que no se puede tener lo mejor de ambos mundos? Si eres madrugador o noctámbulo, no te pierdas un buen café en el Sénequier, un bar tradicional donde la gente pasa más tiempo en la terraza que en casa. Si prefieres un ambiente más pintoresco y tranquilo, date un paseo por el antiguo barrio pesquero de La Ponche. El bullicio aquí es tan contagioso como la risa de un niño con un helado en la mano. Los días de mercado, martes y sábados, el aire se llena de olores deliciosos: desde aceitunas hasta queso de cabra. ¡Un festín para los sentidos! Y si lo tuyo es el arte, prepárate para una buena dosis de cultura. La capilla de l’Annonciade, un edificio del siglo XVI, alberga hoy un museo de arte moderno con obras de vanguardistas como Henri Matisse, Paul Signac y otros artistas que contribuyeron a hacer de la Costa Azul un lugar icónico.

Saint-Tropez es el punto de partida ideal para explorar la región, especialmente entre otoño y primavera, cuando el calor no aprieta demasiado y las multitudes se disipan. Si te apetece una excursión, no te pierdas los acantilados más altos de Francia, situados entre Marsella y Cassis. El sendero que los recorre te dejará sin aliento, tanto por su belleza como por su carácter salvaje. Ah, y si eres fan de las historias de escritores famosos, Winston Churchill aprendió a pintar en esta zona, y Virginia Woolf y su hermana Vanessa Bell la consideraban su propio Bloomsbury Mediterráneo.

No lo dudes, haz la maleta, compra un buen par de gafas de sol y disfruta de la magia de esta hermosísima región. Desde su arte hasta sus playas, este lugar tiene un “no sé qué” indescriptible: glamour, historia, cultura y un toque de sol que no encontrarás en ningún otro lugar del mundo.

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