David Catá: la música, la pintura y la memoria del cuerpo como eje de la creación contemporánea

Por Ana Somoza.
La trayectoria artística de David Catá es, al mismo tiempo, íntima y universal. Nacido en Viveiro, desde muy pequeño combinó la disciplina del acordeón con la exploración de las artes plásticas, un diálogo que hoy se refleja en su obra multidisciplinar. El propio artista recuerda que desde niño “estudié acordeón en el Conservatorio Profesional de Música de Viveiro, mientras al mismo tiempo me adentraba en el dibujo y la pintura”, y asegura que “para mí fue una convivencia muy natural: la música me dio disciplina y una forma de sentir, mientras que las artes visuales me ofrecieron un espacio para traducir esas emociones en imágenes”. Catá confiesa que siempre tuvo claro a qué quería dedicarse, aunque llegó un momento en el que se sintió ante una difícil decisión: “hubo un momento en que pensé que debía escoger entre la música y el arte, y me costó mucho”. Con todo, con el paso del tiempo comprendió que ambas podían coexistir y complementarse: “con el tiempo entendí que podían convivir, que podía dedicarme a ambas y que, además, se complementaban”.

Los recuerdos de Galicia, antes de trasladarse a Madrid, guardan para Catá un valor especial. Reconoce que “el Conservatorio de Música de Viveiro era como una segunda casa” y que, posteriormente, en Burela, cursó el Bachillerato de Artes con profesores que considera “increíbles”. Su formación académica en Pontevedra, en Bellas Artes, abrió un mundo nuevo para el artista, que recuerda: “yo era muy introvertido y tímido, y fue en la carrera donde aprendí a canalizar y plasmar mis emociones y sentimientos a través del arte”.
El artista gallego cree que su educación dual, entre música y arte, marcó profundamente la singularidad de su obra. Sin duda, explica, “esa combinación es lo que hace que hoy mi trabajo sea híbrido”. Para Catá, la música no desaparece aunque no se escuche de forma explícita: “la música atraviesa muchas de mis piezas, incluso cuando no suena explícitamente, y la imagen siempre tuvo para mí un ritmo, una cadencia”. Así, su creación transita en un espacio de encuentro: “mi obra existe en ese cruce: fotografía, vídeo, pintura y música dialogan constantemente”.
IDENTIDAD. La identidad artística de Catá se define por la experimentación constante. Su obra multidisciplinar, que abarca desde la fotografía y el vídeo hasta la pintura y la música, surge de la necesidad de encontrar un idioma propio para cada proyecto: “cada proyecto pide su propio lenguaje, y muchas veces ese lenguaje no puede reducirse a una sola disciplina”. Explica que la fotografía le permite “congelar”, el vídeo “dar tiempo”, la pintura “materializar”, la música “emocionar” y el cuerpo “habitar”. Experimentar con todas estas lenguas a la vez es, para él, casi inevitable: “cada parte responde y completa a la otra”.
CUERPO. Uno de los elementos más característicos de la obra de Catá es su trabajo con los cuerpos y, en particular, el acto de coser sobre la piel. Este sello personal surgió “de forma muy natural durante mis estudios en Madrid”. El artista recuerda una de las primeras piezas: “Hice una fotografía en la que me cosía un guante a la palma de la mano, como si fuese una segunda piel”. Aquello no fue un acto aislado, sino que se vinculaba a su infancia rodeado de costura: “el gesto, unido a mi infancia rodeado de costura —mi madre y mi abuela cosían—, se convirtió en una metáfora: el cuerpo como soporte, el hilo como memoria y como herida”. A partir de ese momento, comenzó a coser rostros, lugares y recuerdos importantes, transformando su propio cuerpo en un lienzo y en un archivo: “el cuerpo es mi primer lienzo y mi archivo. En él quedan cicatrices, arrugas, huellas… La memoria fluye a través de esas marcas y se convierte en relato”. Para Catá, coser sobre la piel es un acto íntimo que combina duelo y resistencia: “Coser sobre mi piel es un acto íntimo de duelo, de resistencia al olvido, pero también una manera de proyectar lo vivido hacia fuera, de compartirlo”.
INTERNACIONAL. La proyección internacional de Catá confirma que su obra, aun siendo profundamente personal, logra conectar con públicos de distintas culturas. El artista comenta que “siempre me sorprende cómo algo tan personal puede resonar en otras personas”. Su experiencia en países como México o China le mostró que el dolor, la memoria y los vínculos afectivos son universales: “allí sentí una recepción muy cercana y emotiva. El dolor, la memoria y el vínculo afectivo son universales y se activan en cada espectador de manera distinta”. Catá recuerda que en ocasiones algunos espectadores se emocionaban hasta llegar a llorar, un reconocimiento que considera “el mayor de los regalos”. Para que su obra funcione, el artista subraya que debe provocar reflexión y emoción: “si mi trabajo no lograra remover, emocionar, incomodar o hacer que el espectador se formule preguntas, no estaría funcionando”.

Las diferencias culturales también condicionan la interpretación de su obra. Catá asegura que “cada persona proyecta sus propias lecturas”. En algunos contextos, el acto de coser sobre la piel se percibe como un gesto poético; en otros, como algo más visceral y vulnerable. Para el artista, esta diversidad interpretativa es un valor añadido: “esa diversidad en la interpretación es precisamente lo que me interesa: que mi obra se complete en la mirada de los demás”.
FARO. Recientemente, Catá fue galardonado con el certamen MoldeArte, que le permitió intervenir el faro de Burela, un proyecto que considera especialmente significativo por su relación con su identidad y con el mar que lo vio crecer. Para el artista, esta intervención constituye “un homenaje a la memoria marinera y al paisaje de mi infancia” y es un reconocimiento que siente “profundamente ligado a mi identidad”.
La obra premiada, titulada A pel do mar (La piel del mar), mezcla distintos soportes y lenguajes. Catá describe el faro como “un cuerpo colectivo, una piel que guardaba memoria” y explica que su intención fue integrar “imágenes, texturas, sonidos y colores vinculados al mar y a nuestra comunidad, creando así una experiencia sensorial que fuese más allá de lo puramente visual”. El proyecto incluyó un taller en la nave de las rederas, donde profesionales del encaje y las palilleiras compartieron técnicas tradicionales y contribuyeron a dar nueva vida a redes de pesca en desuso. Esta colaboración, según Catá, “enriquece la obra”.
La instalación no solo establece un diálogo visual con el entorno, sino que también incorpora una dimensión sonora, mediante una composición propia titulada O faro. El artista explica que la música funciona como “hilo conductor emotivo, evocando el ritmo de las olas, el pulso del mar y la memoria compartida que atraviesa toda la intervención”. Catá desea que la comunidad perciba el faro como un espacio vivo: “me gustaría que lo recordasen como un espacio vivo, que respira y abraza. Que se reconozcan en él, que lo sientan como parte de su memoria”.
MAR. Su relación con el mar y con la identidad marinera es un eje central de su obra. Catá asegura que “crecí con el horizonte siempre delante” y que el mar representa para él “ritmo, memoria e incertidumbre”. Este vínculo con su origen en Viveiro está presente en cada una de sus creaciones: “la identidad marinera está grabada en mi manera de mirar y de trabajar. Es imposible desligar mi obra de ese origen”.
El artista reflexiona sobre los retos que afronta un creador contemporáneo desde Galicia. Destaca que “el principal reto es visibilizarse, pero la tranquilidad que tengo aquí no la encuentro en las grandes ciudades”. Al mismo tiempo, valora las facilidades que ofrece la actualidad, desde los desplazamientos hasta la comunicación a través de las redes sociales: “hoy en día es más fácil coger el coche o cualquier otro medio de transporte para desplazarse, y con las redes sociales estar en contacto es más sencillo”.
Para Catá, el diálogo entre tradición y contemporaneidad es fundamental. Cree que ambas capas conviven y se complementan, y que reinterpretar prácticas cotidianas como la costura, la música popular o la memoria familiar desde una mirada actual es “una forma de mantenerlas vivas y significativas”.

FUTURO. El futuro de Catá pasa por la exploración continua de lo íntimo y lo colectivo. Actualmente trabaja en un segundo disco y en dos series fotográficas y pictóricas, una de ellas centrada en su otosclerosis. El artista manifiesta que cada vez le interesa más “la combinación de lo íntimo con lo colectivo”, y no descarta emplear archivos ajenos para establecer nuevas conexiones entre memorias personales y compartidas.
La obra de David Catá es, en resumen, un instante en el que música, pintura, fotografía y cuerpo se entrelazan, transformando lo privado en colectivo y ofreciendo al espectador una experiencia sensorial y emotiva singular. Su trabajo, dijo, busca que cada pieza “remueva, emocione y haga que el espectador se formule preguntas”, manteniendo una fidelidad a sus raíces gallegas y al mar que marcó su vida y su mirada artística.